Cuando tus brazos recuperan la fuerza, mis muslos tensos la pierden. La postura hace que cada golpe sea más doloroso. La cara interna de las piernas me arde. Pequeños quejidos me nacen y se esconden entre las notas que retumban de Carmina Burana. Las palabras pierden valor, ninguno pronuncia nada. Los pechos han adquirido un color oscuro, descaradas violetas atormentadas. Agachado pierdes la cabeza entre mis muslos y me vas avivando las ganas. Las caderas se mueven instintivamente al compás de tu lengua y se paran en seco cuando tus dientes, me recuerdan quien manda. Cada parte de tu boca sabe lo que hacer con cada parte de mi cuerpo.
He comenzado a gemir, sin querer evitar nada.
(imagen: obra itinerante en el Guggenheim de Bilbao)