Despertó de la siesta con la angustia de sentir que tenía que liberarle. Cansada como si hubiera recorrido cada kilómetro a gatas.
Las lágrimas se escurrían por el desagüe de la ducha, agrietando con sal los jirones de su espíritu. De rodillas sobre la porcelana, recordó las venas doloridas del tiempo en que se alejó de él. Y los silencios que en los tímpanos la chillaban. Y los versos que le escribía sin que le hablaran.
Sabía que no podría soportarlo otra vez. No podría, otra vez no. A veces la decía ”Aprende a sufrirme”. Ahora sus palabras la hacían más liviana la pesada carga. Y no iba a soportar desprenderle de su alma.
Las lágrimas se escurrían por el desagüe de la ducha, agrietando con sal los jirones de su espíritu. De rodillas sobre la porcelana, recordó las venas doloridas del tiempo en que se alejó de él. Y los silencios que en los tímpanos la chillaban. Y los versos que le escribía sin que le hablaran.
Sabía que no podría soportarlo otra vez. No podría, otra vez no. A veces la decía ”Aprende a sufrirme”. Ahora sus palabras la hacían más liviana la pesada carga. Y no iba a soportar desprenderle de su alma.
Salió de la ducha lamiéndose el salitre que la quedaba entre las escamas. Tenía que comprobar que seguía bien cerrada la jaula
(Imagen: ventana enjaulada)