Con el orgullo doliendo, Reme suelta los libros y se tira sobre la cama abrazando la almohada. Sólo pueden hacerla daño las personas a las que les ha dado ese poder. Se siente estúpida por no darse cuenta de que lo estaba otorgando. Se incorpora y queda sentada en ese colchón de noventa centímetros, frente a la librería. Recuerda como empezaba aquel libro…“¿Quién es el dueño de una carta: el remitente, o el destinatario? Acaso el correo, en su trayecto al menos. ¿Quién es el dueño de la herida: el que la causa, o el que la padece?” Reme se mira al espejo preguntándose de quién es esa herida.
Remedios, Remedios... paradójico nombre el tuyo.
(Imagen: Capitel. Monasterio de San Juan de la Peña)