viernes, 20 de marzo de 2009

Un año en una caja.




A veces los segundos que ocupan un adiós son eternos, perduran mucho tiempo después. Son esas sensaciones que hacen que los pies no se muevan, o que sientas la piel como si hiciera semanas que no te ducharas.
Fue una llamada de teléfono, un adiós que ponía fin a un invierno de confidencias, a una primavera de descubrimientos y a un verano de tórridas siestas. Y seis segundos le habían sobrado a él para decirla que ya no quedaba nada.
Todo lo que Pelayo dijo que que podía tirar a la basura, Nekane lo metió en una caja. Pidió que fuera un correo certificado, quería asegurarse de que le llegaba. Tras pagar el importe y firmar, se quedó parada. Casi un año cabía dentro de una caja… y sus pies no se movían y su piel estaba ajada. La empleada de correos salió fuera del mostrador para ver que la sucedía. Tardó seis minutos en volver a sus zapatos y colocarse dentro de su ropa. Regreso a su casa y durante semanas sazonó sus comidas con la sal de las lágrimas. Ni sal piramidal, ni escamas de Maldon, ni rosa del Himalaya. Sólo la sal de sus lágrimas. Y Nekane se iba quedando flaca, flaquita, flaca.
Tres meses después en el teléfono de Nekane, aparecía vibrando Pelayo. En seis segundos la dijo que la necesitaba. Y Nekane sólo le preguntó:
¿Aún tienes la caja? ¿Pudiste tirarla? Pelayo... no me hables de lo nuestro, ya no quiero saber nada.
Y necesitó una ducha y el tiempo, tic tac tic tac… por cada segundo, un segundo contaba. Todo estaba en su sitio.
Yo nunca supe si Pelayo tiró la caja, ni me atreví a preguntárselo a Nekane, pero se que en navidad, Pelayo aún la llama. ¿Habría podido tirarla?

(Imagen: mujer maquillada)