jueves, 30 de octubre de 2008

Hambre atrasada


Por culpa de la tormenta estaba pasando la noche en vela. Los truenos no la dejaban dormir y el viento hacía que la lluvia golpease los cristales como si de cubos estampados contra ellos se tratara. La corriente eléctrica jugaba al escondite y no eran pocos los ratos que pasaba a oscuras aunque los relámpagos que rompían el cielo alumbraban casi de forma constante la casa. Era imposible que pudiera llegar en esas condiciones. Si se había podido poner en carretera se habría tenido que parar en cualquier sitio. Sería peligroso llegar hasta allí y miraba instintivamente el teléfono por si la llamaba.
Él alquiló una casa de dos plantas en la misma urbanización en la que estaba ella con sus padres. Él nunca levanta sospechas. Por fin su teléfono sonó y dijo que estaba en la puerta. Ella subió la cuesta hasta llegar a la otra casa. Por los caminos a forma de regueros corría el agua empapándole la falda. Se quitó los zapatos antes de llegar y no importaba ni su melena enredada ni su maquillaje, en poco más de cien metros estaba completamente mojada. El cielo seguía retumbando cuando abrió la puerta. Apenas le había dado tiempo a él a quitarse los zapatos en la entrada y la luz estaba apagada.
Ella se aferró al pecho repitiéndole su nombre. Era lo único que sabía decirle. Desabrochó su camisa para olerle y devorar su cuerpo, no sabían en qué desorden se despojaban de la ropa. Tenían la piel fría pero no necesitaron para secarse ni una toalla. Tardaron en subir al dormitorio. Recorrieron uno a uno los peldaños de la escalera y en cada escalón los riñones temblaban. Pasaron unas cuantas horas y al abrir las ventanas, el día se había llevado la tormenta y ella tenía las espinillas moradas. Primer plato servido de tanta hambre atrasada
.


(Foto tras la lluvia en la ventana)